No me canso de contemplar este paisaje, desde que lo vi
por primera vez quedé fascinada, nunca creí que un lugar me pudiera enamorar de
esta manera y mucho menos alguna que otra persona.
Siempre me consideré fría, de corazón duro y de pocos
sentimientos, aunque ahora que lo pienso, yo no nací así, quizás el haber tenido
unos padres que solo pensaban en ellos mismos hizo algo de mella en mi. Al
tercer día de nacer me pusieron al cargo de Encarnita, o Nita, como yo la
llamaba en mi escaso vocabulario. Nita entró en casa con tan solo 19 años, una
chica que no quería estudiar, sobrina del guarda y hombre de mantenimiento de la
urbanización en la que vivían mis padres. Me cuidó hasta que cumplí 5 años. Mis
padres pensaron que el colegio privado ya no era suficiente y me enviaron al
mejor internado de monjas que había en España (según ellos, claro). Pobre Nita,
como lloraba el día que salí camino al internado. Ahora me entristezco cuando
pienso que tengo muy pocos recuerdos de la mujer que disfrutó mi primera
sonrisa, mi primera palabra, mis primeros pasos… Con los recuerdos de los años
del internado, he hecho una carpeta en mi memoria y he puesto “No abrir nunca”.
A casa de mis padres (no digo a mi casa, porque nunca la
he considerado como mi hogar) Solo iba dos veces al año, para navidad y un mes
en verano, que prácticamente me pasa ese tiempo con una chica a la que
contrataban para cuidarme. A los 14 años ellos decidieron prescindir de mis
cuidadoras, aunque yo hubiera prescindido antes, la verdad.
La primera vez que fastidie a mis padres, o pensándolo bien, la segunda, porque
la primera sería el día que nací, fue cuando llegó el momento de elegir que iba
a estudiar. Estábamos cenando y salió la conversación
-Mi madre: ¿Y tú Mireia que tienes pensado estudiar, economía, finanzas…?-Mi
padre: Gestión y dirección de empresas, alguien tiene que sustituirnos, ¿y quién
mejor que tú, hija? Mientras tanto, me vino a la cabeza, Trabajo Social, no sé
el porqué, pero lo solté, tal cual, sin pensar, se quedaron con la boca abierta,
hasta que reaccionaron. Nunca había visto a mis padres así, pero la verdad que
conversaciones lo que se dice serias, no se habían tenido nunca en el núcleo
familiar. Ahora pensándolo, tampoco era una conversación seria, era una pregunta
y una decisión, no había que escandalizarse y decir que no habían criado, JÁ
“criado” a una hija, para que ahora se dedicara a resolver los problemas de
personas marginadas.
Me trasladé a Madrid, en una universidad pública realicé
mi formación, ese fue otro disgusto para mis progenitores, pero viendo que no
iba a acceder, consintieron más o menos con lo que por primera vez me atreví a
imponerles. Me alquilaron un ático precioso, de dos dormitorios, en la Calle de
las Huertas, pensaron que en el dormitorio que quedaba libre se instalara una
asistenta, que tuviera todo en orden y por supuesto que me hiciera una comida
equilibrada y sana. Me negué. Ya me encargué yo de descubrir todos los
restaurantes que había por la zona y alrededores. Dinero no me faltaba, podía
permitirme ese capricho. Me costó un poco adaptarme a mi nueva vida, y también a
lo que había elegido estudiar, me fui adaptando gracias a una chica, Paula, que
por muchos desaires que le hacía nunca se dio por vencida y siempre me insistía
para quedar después de clase. Acabamos siendo inseparables, de tal manera que
cuando ella se vio obligada a salirse del piso que compartía con otras dos
compañeras, yo le ofrecí que se viniera al mío, me sobraba una habitación, así
se ahorraría el dinero del alquiler. Lo pagaban mis padres y ni se enterarían de
que ella vivía conmigo. Ahí empecé a aprender, si a aprender a querer, a valorar
a una persona y aprendí lo que significa la palabra AMISTAD. En los 3 años de
convivencia nos pasó de todo y nos divertimos, nunca dejando de estudiar. A los
dos nos interesaba sacar el año limpio, Paula para que le concedieran la beca y
yo para fastidiar a mis padres y que no me dijeran “esto no era para ti”. Me
enseño a socializar quedaba con sus amigos que llegaron a ser los míos, me
integré bastante bien. Tengo buenas amistades de esos años, pero como Paula,
nadie. Llegó la graduación, mis padres no acudieron, no me extrañó, lo extraño
hubiera sido que hubieran asistido, pero la verdad tampoco los eché de menos.
Los padres de Paula demostraron más emoción y alegría que lo que hubieran
demostrado mis padres.
Paula me tenía una sorpresa, ya que no dejé que pagara su
parte de alquiler me regaló un viaje a Málaga en el que ella me acompañaba.
Pasamos 5 días maravillosos, era la primera vez que visitaba Andalucía y me
encantó, ahí empecé a querer a un lugar. Cuando volvimos me dediqué a echar
currículum en todas la bolsas de trabajo de Andalucía. Uff!! Pasaron meses, para
ser exactos 10. Un día recibí un correo para concretar una entrevista para
sustituir por baja al trabajador social del ayuntamiento de un pueblo de Jaén.
La entrevista fue por teléfono, me dijeron que podía ser para uno o dos meses.
No lo pensé, llené dos maletas y puse rumbo a mi destino. Al llegar caí en la
cuenta que no había avisado a mis padres, pero primero sería buscar alojamiento
y luego ya veríamos.
La suerte era mi compañera y en el bar que entré para
tomar un café, pregunté si sabían de alguna vivienda para alquilar. La dueña del
bar, Ana, me ofreció un “pisito” que tenía ella y que acababa de quedarse vacío,
ya que el interior inquilino era guardiacivil y lo habían mandado a otro
destino… Yo la miraba extrañada mientras me decía todo eso. ¿Pero por qué me
explicaba a mi todo aquello? Yo solo quería alojamiento. Ahora al cabo de los
años, he observado que el 99’99% de los andaluces le cuentan su vida a los
extraños como si los conocieran de siempre.
De un mes que me iba a quedar llevo 8 años, la baja que vine a suplantar fue
baja permanente, quedando el puesto libre, al cual me presenté y obtuve la
plaza. De todas maneras creo que no me hubiera ido. A los 6 meses de estar
viviendo aquí, conocí a la persona que me enseñó a querer, aunque ya sabía lo
que era querer pero a una amiga, ahora tocaba aprender a querer, a amar a una
pareja, en mi caso a Manuel. “Me echó el ojo” como así me dijo Ana (la dueña del
bar) que aunque un poquito cotilla, es una excelente persona y me ha ayudado
mucho. Pues si, “me echó el ojo” un día un poco crudo, frío y lluvioso.
Yo estaba tomando un té como era mi costumbre casi todas
las tardes y llegó él, bien sucio, de barro hasta las pestañas, lo miré al pasar
por mi mesa y seguí mandándole a Paula mensajes. No sé el tiempo que transcurrió
cuando llega Ana y me dice “Uy uy Manolillo te ha echado el ojo y no me gusta,
es buen muchacho pero le gustan las mujeres más que a un tonto un lápiz” Yo me
reí y lo dejé pasar. Manolillo, como lo llama mucha gente de aquí, supo
conquistarme, supo ser paciente y hoy día estoy casada con él. Tengo una familia
que me ha adoptado, por decirlo de alguna manera, ya que sus padres y hermanos
me han acogido como nunca pensé. Tengo un Manolillo de 2 añitos que es mi
locura, y en mi vientre esperando salir a dos criaturas que se llamarán, Mireia
y Paula.
No dejó de aprender a querer todos los días. Tan solo me
queda un amor pendiente y es que se querer como madre, pero no se querer como
hija.
A mis padres…
Autora: Conchi Pérez
Jalón.
Primer premio en el Certamen Literario "8 de marzo" de 2022
organizado por la Asociación de Mujeres "Despertar femenino" de Porcuna.
