El silencio puede ser una losa tan pesada que nos impida respirar o existir.
Incluso que invalide nuestras vidas, dejando la mirada sin luz, el alma rota y
nuestros pensamientos encerrados entre las cuatro paredes de una casa.
La voluntad anulada por el miedo.
No sentirnos libres de actuar, por las cadenas que nos atan a las personas que
nos rodean.
Y sobre la pared encalada, de una casa fantasma, la fotografía de la bisabuela,
con tanta tristeza en su mirada.
Es en blanco y negro, como sus vidas, como sus tempranas canas, trepando sobre
sus sienes, cual telaraña sujetando unas vidas, la suya y la de los demás.
Sustento de la existencia, de esa red que soporta el peso, de una vida
suspendida en el aire, la de esa araña, tejiendo su supervivencia a distancia
del suelo, para protegerse de ser pisada.
Su pelo tempranamente blanquecino, recogido con un moño en la nuca. En el nunca
de un pelo en libertad, sobre unos hombros en pose de sometimiento y a la vez
fortaleza por tanto peso soportado.
Sus ojos lánguidos y asustadizos, por el devenir de un día más y otro menos. Por
la memoria que aún no ha mitigado el olvido de quien fue, de haber tenido
ilusiones, luchado por sobrevivir y llenarse de vidas futuras una y otra vez.
De un vientre que no cesó una docena de veces, de unos senos como cántaros,
llenos de succiones, de peso, de dolorosas grietas, curadas con aceite de oliva.
Esos senos hoy flácidos, como banderas en reposo tras el cese de un vendaval.
Y tras ese vestido oscuro, que atrapa la imagen , en un cuerpo oculto, como
propiedad privada tapiada ante la mirada de los demás.
De una vida hacia dentro, entregada, atrapada en esa telaraña, a la vez tan
frágil y tan vital para sustentar las bocas de los demás. No la suya, vacía de
dientes con los que masticó papillas, sobre esos labios cerrados, sellados,
inexpresivos, hieráticos, sin sonrisa alguna.
Sus momentos de felicidad, quedaron atrapados en sus silencios, en ver crecer a
los demás, en ser soporte de una vida muy dura, de ese run-run de la carcoma
devorando las vigas de madera, las lumbreras de esa casa no cuidada, la de una
salud que se iba resintiendo, porque el reloj que marcó el sonido tan
enloquecedor, de esa melodía, de esos acordes fúnebres, de esos bichos,
comiéndose su casa y su vida.
Y cuando, tras una dura, lluviosa y fría vida, los interiores se han apurgado,
hay un fuerte olor a resignación, a algo putrefacto que lo invade todo.
Ese tufo se va asimilando a través de los orificios de una nariz, que también
pasa desapercibida en la imagen.
Sus fosas nasales neutras, no expresando, conteniendo el aire, reprimido en la
impresión de ese fogonazo de luz, atrapando su existencia. La mirada de una
mujer, madre, abuela , en un pueblo a principios de un siglo, que quedó apartado
de los avances ya existentes, de pensamientos alimentados, no sólo por lo
transmitido a través del lenguaje oral y de las tradiciones.
Tradiciones como losas, a la hora de seguir otros senderos, creencias,
querencias ocultas en el género y sobre todo ese miedo atroz, alimentado por un
sentimiento de culpa, de pecado original, de más infierno tras la muerte. De ese
run.run de las religiones carcomiendo la libertad, los valores de una vida en
color, la positividad de no buscar la perfección, de errar, de un amor sin
condiciones, ni mandamientos.
De un bien natural (no premiado) invadiendo el ser humano. Para no encontrarnos
con la mirada, de esta bisabuela carcomida por otros que dirigieron su vida. esa
telaraña de la que nunca pudo salir, a causa de los intereses de otros, de esa
ley del más fuerte, que genera los odios, las guerras, las injusticias
silenciadas en la foto de una mujer mustia.
Y en esta imagen, al lado suyo un hombre con pelo cano y mirada profunda, del
que decía, había sido un hombre bueno. Sin embargo, los dos tan distantes, como
para no dar a entender lo que no se podía exteriorizar, por miedo a que esa
telaraña tejida sobre sus vidas, fuera centro de atención.
Y así, el discurrir de un agua mansa sobre las heridas de una vida no alimentada
por el saber, por la comunicación de nuevas ideas, sueños , alimento del
crecimiento personal transmitido a lo largo del tiempo, a través de esta tinta
de hoy sobre papel, que en un principio se transmitió de forma oral, después
sobre piedra, madera, papiros y hoy en libros o imágenes capturadas, para que
la mirada de esta mujer, madre, abuela, en esta foto, nos haga hoy reflexionar,
desnudar el alma, de una mujer atrapada en la telaraña del tiempo que le tocó
vivir.
Autora: Eva Patricia Vallejo
Delgado.
Segundo premio en el Certamen Literario "8 de marzo" de 2022
organizado por la Asociación de Mujeres "Despertar femenino" de Porcuna.