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EL RELOJ DE COCINA Definitivamente, nunca se sabe si el reloj de la cocina está atrasado, adelantado o bien perfectamente sincronizado con otro espacio intuido. En continua duda, Concha lo ha tomado muchas veces con las manos para, en un peregrino titubeo, mover un poco las manecillas, posicionándolas según un inexplicable vislumbrar de cálculos Hacía sus cómputos en este presente – o tal vez futuro, o diametralmente opuesto, en un pretérito- con las manos arrugadas; los dedos impregnados de huevo, leche y pan rallado. Reiteraba el movimiento dando el toque final a cada entremés, pensando con ilusión cual de los invitados saborearía el flamenquín o los violetes (sus especialidades). También estaba inmersa en una sucesión de pensamientos intranscendentes de langostinos descongelándose lentamente dentro del frigorífico; de la fuente transparente llena de bocados navideños envueltos en celofán (bombones de coco para mi Carlitos, mazapanes sin azúcar para la doncellita de Lucía; hojaldre relleno de confitura de almíbar para Gabriel y Sonia. Y turrón de yema de huevo y algún dulce más por si acaso…) Pensó: “No, el reloj va bien, aún es temprano” y también: “Lástima que no tenga tiempo para elaborar gallina en leche, como le gustaba a mi Manuel” El reloj, persistente en el giro de las agujas, acercaba la hora prevista. Ella lo miraba de vez en cuando, acelerando o decreciendo el ritmo de las tareas que aún le quedaban para que todo estuviese listo en el justo momento, para que ni un solo detalle quedara atrás. A las ocho era el momento de quitar el papel plateado que cubría los entremeses. Después, había que poner a calentar la sopa especial de Nochebuena. ¿Y la mayonesa? Ah sí, la mayonesa estaba dentro del frigorífico, cerca de los refrescos de naranja y las cervezas que ya enfriaron. Solo quedaba el trámite de esperar el sonido del timbre de la puerta y: ¡Hola hijo, qué alegría verte! Carlitos, guapo, un beso y un abrazo para la abuela, machote. Y tú, Lucia, deja que te vea. Estas hecha toda una mujercita. ¿Qué tal estás, Sonia? Entrad, entrad y sentaos. ¿Te gusta el árbol de Navidad, Carlitos? ¿Vas a cantarme después un villancico? Y ellos, concluida la cena: - ¡Qué rico estuvo el caldo, mamá! Y las chuletillas de cordero: ¡Qué sabrosas, en su punto!. ¿Me pasas un poco de hielo para la copa, Sonia? - ¿Cómo ha hecho usted estos entremeses, Concha?- le preguntará Sonia. Y Concha, orgullosa, se esmerará en la descripción de los secretos, las pautas, los ingredientes. Insistirá en la particularidad de hacerlos con todo el cariño, para darle el último toque y dirá que ha elaborado muchos más -son cosas de mamas mayores, queriendo ser útiles, dando amor a su manera- para que se los lleven en un bolso isotermo que les tiene preparado Callará sobre el trabajo tan enorme que le costó conseguirlo, ya a esta edad, llena de dolores, todo el día sin parar, al ritmo que el desobediente cuerpo le permite. Carlitos, con los ojos muy abiertos, alegrará al ver sus bombones, llenará los carrillos de dulce, pero antes tendrá que cantar uno de los villancicos que aprendió en clase de música… ¡Y habrá que ayudarlo tarareando la melodía!. Lucía, la niña mujercita, estará ensimismada, pensando en inocentes amoríos y Gabriel no permitirá por nada del mundo que mamá levante para ir por aquella o la otra cosa. No se preocupe usted, señora. Su hijo y yo recogeremos todo esto. Quédese sentada y disfrute de los nietos, junto al árbol. ¿Cómo que tú me ayudarás, Sonia? Ni hablar del asunto. Tú, cariño, siéntate también, junto a mi madre y los niños, que esto de recoger los platos y fregar es cosa mía. Todo eso, y algunas agradables cosas más, sucederán a lo largo de la noche pero, mientras tanto, Concha mira de nuevo el reloj y piensa que debieran de venderlos con un botoncito suplementario para hacer que el tiempo de espera corra más aprisa. Esa es una ilusión que arrastra desde la lejana infancia, que recuerda para dejar la mirada fija en las agujas y los oídos aguzados esperando el timbre de la puerta. Ahora le da por pensar -¡qué ideas tan simples se le ocurre!- que un ramo de flores en el centro de la mesa no hubiese quedado mal pero la pensión no da para mucho. Era preferible no abusar de la amistad de la dependienta y no dejarle nada a deber. ¿Por qué no venderán los relojes con un botoncito especial para hacer las esperas más cortas? Eran las nueve menos cuarto y el caldo hervía desde hacía media hora. Concha decidió apagar el gas. En esos instantes el portal se abrió e ilusionada fue corriendo a abrir la puerta: - Feliz Navidad, señora Concha –le deseó de corazón el niño más pequeño de los vecinos de arriba, el que recibía todas las mañanas un caramelo, al volver de la escuela. A las diez menos cuarto, el alboroto de los vecinos de arriba se hacía contagioso mientras que la sopa comenzaba a enfriarse !Menos mal que no sacó los langostinos del frigorífico! Concha tomó una taza de caldo y alivió el malestar del estómago. Poco después, feneció al cansancio, con el televisor encendido. El anodino mensaje de su majestad el rey fue una versión incongruente de la “nana de la cebolla” y el alboroto de los vecinos del piso de arriba hizo el acompañamiento, sustituyendo histriónicamente el sonido de la cajita de música que debería acompañar a toda nana susurrada. Los sueños de Concha eran recuerdos que se entremezclaban con las canciones del programa de especial Nochebuena y una de las coplas, acompañada del estrépito de una botella que cayó sobre el suelo de los vecinos de arriba, la despertó bruscamente. Dolorida por la incómoda postura fue a la cocina y miró el reloj: ¡La una y veinte! Desencantada, recogió todos los manjares que quedaban, pensando en cómo podría consumir ella sola tanta comida. Pensando si les habría ocurrido algo recordó que el año pasado tampoco vinieron, ni el anterior, ni tampoco el anterior al anterior. Concha había aprendido a soportar con la imaginación y las lágrimas contenidas, el castigo de la soledad de esas noches. Tic- tac. Tic- tac. Tan pequeño y silencioso de día, persistente y ruidoso en la noche, como un niño emperrado con golosinas empalagosas, el reloj proseguía la mecánica tarea, haciendo compañía al retrato de Gabriel barbudo, Sonia sonriente, Carlitos bebito y Lucia pecosa con coletas y rebeca. Y Manuel tan “garrampón”, con el sombrero cordobés, el aire de ministro y el clavel en la solapa de la chaqueta. Sonó el teléfono, venciendo el tic-tac que envolvía todo el piso. Concha, aturdida en un principio, pudo llegar a tiempo para cogerlo. Diga Y tras el diga prosiguió el vacío del silencio. - Diga ¿Eres tú, Gabriel? ¿Sonia? ¿Lucia? ¿Quién es? Tras el auricular, una respiración profunda y un cambio de mano del auricular, hizo que Concha adivinase quien llamaba. Diga ¿Eres tú, Carlitos? Abuela – dijo una voz apenada- Dime, Carlitos. ¿Qué haces tan tarde despierto? ¿Y tu padre? Dile que se ponga. Mi papa no se puede poner. ¿Y tu madre? Mi mama tampoco, ni Lucia, ni el abuelo Manuel.. Ay mi Carlitos, tan chiquitín todavía y despierto a estas horas. ¿Qué te pasa? Abuela… Dime, Carlitos. Abuela, solo yo puedo hablar contigo. Los demás no saben como hacerlo y eso que lo intentan sin parar Cuéntame, guapo, que yo te escucho. Abuela: ¡Te echamos tanto de menos…! Y el abuelo quiere que vengas de una vez con nosotros. Dice que ya está bien, que ya es hora de reunirnos ¿Donde estáis todos? ¿Por qué no habéis aparecido? Venid y os hago cosas ricas. Hay mucho caldo, bombones, jamón, queso… Abuela, el abuelo Manuel dice que vengas con nosotros. Solo tienes que tomar el reloj y adelantarlo hasta la hora precisa. Es muy sencillo. Ya no hubo duda. Ahora fue consciente de la hora que debía de marcar el reloj por eso lo tomó y, sin vacilación, manipuló lentamente los botoncitos traseros. Y por más que intentó adelantarlo, las agujas no obedecieron y retrocedieron y retrocedieron con tremenda velocidad. Entonces, el teléfono sonó de nuevo y tras el auricular otra voz conocida le habló. Mama, soy yo, Gabriel, tu hijo. Mamá, esta Nochebuena no te vamos a fallar. En el trabajo todo está arreglado. A Sonia le cambiaron el turno y los niños no están enfermos. ¿Hiciste esos irresistibles violetes? Estoy deseando comerme uno. Si hijo pero me tienes que hace un favor. Prométeme que vas conducir con mucho cuidado y, antes de llegar a la curva donde están los tres eucaliptos, frena. Frena porque habrá barro y un camión averiado. Prométemelo, Gabriel, es muy importante- le pidió encarecidamente Concha a la misma vez que se acordó de que debía sacar los langostinos del frigorífico. Fernando Risquet Autor: Marcial del Pino Chiachío. (Primer premio del CERTAMEN LITERARIO "8 DE
MARZO" DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER 2012, |
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