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EL TÍTULO MÁS ILUSTRE Deambula por el somnoliento hogar, amparada en el anonimato que impregna la oscuridad, la difusa sombra, avanzando por los pasillos con sigilo felino hasta alcanzar de memoria el objetivo. Laura, ajena a la trasgresión, duerme profundamente mientras el pardo cuerpo, en el cuarto contiguo, manipula y violenta sordamente objetos y cajas, libros, fotografías e intimidades de familia. La respiración de la ajena Laura se dilata hasta que amanece, a través del ventanal, un cielo despejado; y un marido enredado en sábanas de franela bosteza perezosamente. Se suceden mimos como un lenguaje de deseos que sigue un ritual de complicidad cuyo final es incierto en forma y tiempo. Levanta el matrimonio después para aprovechar el domingo, comenzando de esta forma una programada mañana de tareas de hogar, de ordenar y limpiar cada rincón metódicamente, lustrado y organizado hace dos días. - Joaquín, ¿has terminado de fregar los cacharros del desayuno?– consulta Laura al marido, después de hacer ella el baño con agilidad. - Sí, cariño, ahora voy a dar un rato de plancha. Ya sabes… las camisas - Con el día tan primaveral que hace no pega planchar. Anda, Joaquín, ponte las deportivas y da un paseo por el campo. Joaquín hace caso de las indicaciones de Laura porque ella es de un genio agridulce que enamora o exaspera por igual y que no conviene contrariar en esta parte del día. Ella aprovecha la inducida ausencia de Joaquín para emprender una búsqueda de años, sumergida en recuerdos y nostalgias. Tras la cálida abstracción del cuadro del cuarto contiguo, manipula las ruedecillas de la vetusta caja fuerte para despojarla por un tiempo indefinido de varias carpetas henchidas de documentos. Son esos documentos una diversidad fastuosa de mimados títulos, credenciales cronológicamente ordenados: El Graduado Escolar, El título de Bachiller, diplomas de cursillos, certificados de notas, todas ellas buenas; la orlita de Biología; las jornadas de espeleología de la Universidad de Granada; el título del doctorado; el cursillo de técnicas de estudio; el título de la Escuela Oficial de Idiomas... Es una amalgama de méritos, de reconocimientos y logros de una mujer hecha así misma con esfuerzo y tenacidad. Podría haber llegado más lejos. Tal vez unas sonrisas de más, aceptar la invitación a deshoras de algún jefe; fabricar una transitoriedad de falsos sentimientos hacía una persona influyente; transigir con injusticias; echar la cara a otro lado; callar verdades; dejar de ser ella misma para caer en la hipocresía de un mundo que pierde valores y hunde su vergüenza en ambiciones y crueldades. Tal vez podría haber alcanzado más éxito. Sin embargo fue mejor así, dejarlo donde está; dejarlo en un simple tal vez que hiciese dudar de esas verdades que rigen destinos. Laura piensa en todo ese tiempo dedicado a su formación, a la razonable ambición de llegar a ser independiente y se enorgullece de sí, interiormente, y de unos amados padres que desobedecieron las prescripciones conservadoras del régimen para las mujeres y las hijas del proletariado, rescatando de la miseria de la ignorancia a esa alegría de niña vivaracha, educada y cariñosa, salpicada de la sal y la pimienta de inocentes fechorías infantiles, sonrisas pícaras y sutilezas bondadosas del corazón. Títulos, títulos y títulos. Gran parte de la vida dedicada a obtener esos diplomas acreditativos. Y Sin embargo, terminada la primera carpeta, a pesar del orden y de la memoria prodigiosa, no acierta a encontrar el más personal, el más importante de los legajos. Comienza, en esa búsqueda de lo que creía alcanzado, la segunda de las carpetas. Cada papel es una necesitada pausa de recuerdos de buenos, neutros y agrios momentos que son como sueños y pesadillas, engaños y alegrías efímeras de un tiempo ya pasado. De la carpeta anterior, Ernesto era el novio secreto de solo mirar de soslayo, en EGB. Luego Joaquín apareció en aquel cursillo de prevención de accidentes hasta que ella cortó los besos y los paseos de ir agarrados de la mano por marchar a la universidad – imposible dejar un solo un hueco para el amor en la facultad, imposible ser mínimamente irresponsable-. De la segunda carpeta emerge el nítido recuerdo de Alberto, en la universidad, conocido en los arrabales de la ciudad durante un paseo azaroso, al que rechazó las proposiciones de matrimonio. Luego otro recuerdo, en forma de foto, de un tal Álvaro durante el doctorado, un compañero de trabajo que era un picaflor de mucho cuidado y al que supo torear con la diplomacia de la ironía asertiva. Laura abre la tercera carpeta angustiada porque el titulo buscado se le resiste demasiado. ¿Dónde lo pusiste, Laura? – Se pregunta así misma. Ahora encuentra un viejo recorte de periódico y a Joaquín posando con gesto de astuto en la celulosa amarillenta y esas letras que lo hacen rescatador de mascotas de desvaídas ancianas.… Este recuerdo es el que más la entretiene y sin embargo no la detiene en el empeño de encontrar el título más importante. De nuevo reaparece la sombría silueta. A contra luz, entra traicioneramente por entre la puerta y observa a una distraída Laura inmersa en la tarea de la angustiosa búsqueda, inconsciente del espionaje. - Al fin, al fin, al fin está ahí el título. Por fin. Cuando venga Joaquín se lo voy a enseñar, para que me crea – se dice así misma, emocionada por el hallazgo. No puede evitar remontarse a uno de sus momentos más felices, cuando redescubrió a Joaquín, diez años atrás… ¡Qué gracia, Joaquín, Joaquín! ¿Y si lo llamo y si no lo llamo?… ¿Qué fue de su vida? Joaquín es como un felino manso al que acariciar la cabeza… La llamada telefónica al rescatador de felinos dio resultado. Todo fue tan sencillo como quedar a tomar a café. - Pero hoy ya no puede ser – dijo Joaquín enfadado por no poder ser- - Y, ¿por qué no puede ser? Qué tonto Joaquín, el pensó en café y en que eran las nueve de la noche, hora poco adecuada para café: por eso no podía ser tomar café Y luego recapacitó en su estupidez. - Café no, porque no es hora, Laura, pero sí podemos cenar. Y desde entonces, desde aquella romántica cena, Laura y Joaquín apenas se separaron, solo alguna vez para darse cuenta de cuanto se querían, se necesitaban y se agobiaban en una convivencia sostenida en ocasiones con artes de funámbulo, en otras, con la fuerza de sus desesperados abrazos. Aunque Laura aún no había conseguido alcanzar la cima, Joaquín la seguía perseverante a todos lugares. Cada cierto tiempo Joaquín se lo pedía a Laura: Hijos. ¿Hijos? No, todavía eran jóvenes y aun no había alcanzado sus objetivos profesionales ¿Hijos? No, era más acuciante preparase las oposiciones, completar la carrera. ¿Hijos? No, porque era necesario pasar por vicaría ¿Hijos? No, era necesario disfrutar los dos primeros años del matrimonio. Luego Laura enfermó, cuando todo era propicio, y fue necesario, según el doctor, extirparle sus entrañas de mujer. Pasear por los aledaños de un colegio era una muda necesidad del matrimonio para impregnar los ojos y los oídos de un sueño extinto. Una multitud de pequeños portaban mochilas diminutas y una hojita en sus manitas de trapo. Una niñita, confundiendo a Laura con la madre, le entregó un diploma garabateado con ceras de color: " Desde entonces, Laura ha estado buscando su título incansablemente, entre las ilustres cartulinas que habitan dentro de la caja fuerte, con la misma tenacidad que empleó durante toda la vida en que se formó para triunfar en una sociedad con retazos patriarcales y enraizados prejuicios. Desde entonces Joaquín sufre y comparte el dolor de Laura y piensa, calladamente, que si bien duele el hijo enfermo, el hijo herido, el hijo nacido fuera de la normalidad, si es irresistible y corrosivo el dolor por el hijo difunto, también duele, inevitablemente, el hijo que nunca se ha tenido, provocando una cruel vacuidad en la vida . Y piensa, resignado, cual injusta es la naturaleza que a la mujer limita la edad de la fertilidad, la limita en su camino, en sus logros. Y se refortalece de vez en cuando pensando que no la limita para dar y amar. La silueta que espía a Laura, acechándola traicioneramente, se le acerca con clandestinidad. Laura gira la mirada, despertada la curiosidad por el sonido de unas pisadas que le parecen familiares. - Ah. Eres tú, Joaquín. ¿No ves? Ya te lo dije. El título estaba aquí. El título estaba aquí. Sí, aquí estaba el título. Tonto, te lo dije. Joaquín, sonriente, contempla ese folio arrugado, esa fotocopia garabateada por manos infantiles. Esas manchas de colores realizadas por una cría que confundió por unos segundos, meses atrás., a su mamá con Laura... Ese titulo, el más ilustre, que con una caligrafía titubeante dice:
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Autor: Marcial del Pino Chiachío. (Segundo premio del CERTAMEN LITERARIO "8 DE
MARZO" DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER 2010, |
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