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Homenaje a mi madre
y a tantas madres de su época


Madre, madre mía, de que estabas hecha
de hierro, de acero al cromo vanadio,
Bellota y Acesa pa si lo querrían,
siempre trabajando, de noche y de día

Cuando era pequeño y yo te llamaba
veía tu cara meciendo mi cuna,
llenabas mi alma de paz y alegría.
¿Cando descansabas? ¿Cuándo te dormías?

Te recuerdo siempre: Guisando, fregando,
lavando, o tendiendo ropa, planchando
cosiendo vestidos, tejiendo Jersey,
haciendo camisas, remiendos poniendo.

¿De dónde sacabas esa fortaleza?
Cinco hijos tuviste, cinco amamantaste
yo fui el tercero, mame hasta tres años
me comí tu vida, y tú me la diste con esa alegría

Madre, madre mía, de que estabas hecha
de hierro, de acero al cromo vanadio
Bellota y Acesa pa si lo querrían,
siempre trabajando, de noche y de día.

Recuerdo la pila tallada en la piedra donde tú lavabas
toda aquella ropa de siete personas que eran tu familia,
pero no recuerdo ver la lavadora que hiciera el trabajo
de dejar la ropa blanca inmaculada como tú querías.

Recuerdo cuando me decías ¡Cuidado no pases
que hay sosa caustica! Hacías jabón pa luego lavar,
pero lo primero que había que hacer era la clarilla
con el agua salobre del pozo, un palo y ceniza.

Huelo tus comidas, lo ricas que estaban,
potaje, cocido, arroz con garbanzos,
guitarra, lentejas, migas con torreznos,
boquerones fritos, habichuelas, sopas,
gachas y maimones, carbón y una hornilla.

¡Por si fuera poco, por si esto no fuera bastante!
también trabajabas en la peluquería,
recuerdo la habitación, olía a amoniaco
de aquellos saquitos de la permanente,
Obdulia, decían, córtame el pelo, quiero a lo “garson”,
a mí me lo alisas, a mí me lo rizas,
lo quiero con mechas….y tú se lo hacías.
¡Qué gran mujer fuiste, de cuánta valía!

¡De donde sacaste tu sabiduría!
¿Quién te la enseño? ¿Naciste con ella?
¿Qué universidad pudo enseñar tanto?
¡Ah, ya¡…..¡Te enseño la vida!

Madre, madre mía, de que estabas hecha
de hierro, acero al cromo vanadio
Bellota y Acesa pa si lo querrían,
siempre trabajando, de noche y de día.

Me distes la vida, sin pedirme nada,
cuando me hice hombre me fui de tu casa
y te deje sola, sin pagarte nada. Fui a vivir
mi vida y la tuya poco a poco se apagaba.

Cuando te recuerdo en aquella cama
los tres últimos años de tu vida sin poder hacer nada,
porque ya tus huesos, ¡aquellos de acero y cromo,
la pelvis, cadera y columna desgastados estaban,
¡no te sostenían…… y no te quejabas!

Noventa y tres años tenías cuando nos dejaste,
huérfanos quedamos de padre y….¡de madre!

¿Qué me dices madre, repítemelo?
¿qué no estabas hecha de hierro,
de níquel, acero al cromo vanadio?
¡qué solo tenías dentro de tu alma ese sentimiento
de todas las madres…..que se llama amor!

 

Autor: Emilio Avellaneda Peláez.
 

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Actualizada el sábado, 07 de diciembre de 2013