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PESPUNTES EN LOS LABIOS

Cuando la hipocresía comienza a
ser de muy mala calidad, es hora
de decir la verdad.” (Bertolt Brecht)

 

Adriana iba de progre, de muy feminista, ahora a las que son tan feministas, como ella decía ser, se las llama feminazis, pero con tal de que consideraran que era muy, muy feminista, no le importaba que la catalogaran de forma peyorativa, porque me decía, que los y las que así la hubieran podido considerar por este motivo no serían más que hombres machistas y resentidos y mujeres resignadas y acomodadas que se habían adaptado a seguir la voz del amo y a las que habría que intentar convencer de lo necesaria que será siempre la lucha por la igualdad de género, porque ella estaba segura de ser, sin ninguna duda, una luchadora en los derechos de todas las féminas.

En cuanto empecé a trabajar para ella supe que no era cierto que fuera como alardeaba, ya el hecho de que no quisiera contratar a ningún hombre por considerar que este era un trabajo específico de mujeres, no casaba con estos ideales, además sus actos no tenían nada que ver con el feminismo ni con las feministas, simplemente había entrado en un mundo de hombres y no cedía un ápice en la equiparación con los que consideraba de sus estatus.

No había pasado una semana cuando usó el viejo truco del billete caído en el escalón para sentenciar si yo era una ladrona. Al devolvérselo sus ojos reflejaron duda. ¿Devolvía honradamente lo que no era mío o acaso me pasaba de lista?

Adriana tenía en su despacho fotos de toda una generación de hombres bigotudos que habían ejercido la labor para la que habían sido designados por el hecho de haber nacido hombres en el seno de una familia adinerada, y al final de todas estas fotos, ocupando el lugar que cronológicamente le correspondía, estaba su retrato dentro de un sencillo marco que rompía la monotonía de rostros masculinos, enmarcados en maderas de labrados rococós, llenos de polvo incrustado imposible de limpiar. Sin embargo, yo siempre he estado unida al destino que nos proyectó humildes a todas las mujeres de mi casta, no sé de cuando ni donde viene, creo que desde siempre, porque las marcas de las ataduras están muy pronunciadas. A veces miro mis manos, después al infinito y sueño, sueño despierta que consigo mis sueños, pero rápidamente vuelvo a la tarea.

Trabajaba para ella desde hacía varios años, pero apenas intimamos, aunque el primer día ya me dijo:

     — ¿Qué es eso de señora? Llámame Adri, por favor.

     — Todo muy limpio y la comida deliciosa, Lola —me pareció oír una vez.

Cuando ella estaba en casa descansando yo continuaba mi tarea en su despacho, pues mi horario laboral superaba largamente al suyo.

¡Ay!, aquel alegato sobre la conciliación familiar que la oí defender por la radio mientras yo planchaba su ropa y pensaba “cuánto me gustaría recoger a mi Marina de las clases de inglés, y qué alegría le daría a mi niña verme llegar en lugar de a su abuela”.

En ese momento de mi vida yo tenía casi treinta años, pero veía en mi hija la niña que fui y mantenía en el recuerdo todas las inquietudes que ella seguro sentía y guardaba la esperanza de un futuro en que se viera liberada de este presente triste.

Pues sí, Adriana y yo llevábamos dos vidas que a pesar de estar entrelazadas seguían líneas paralelas abocadas a no unirse jamás, vidas tan alejadas como las vividas por los bigotudos de los cuadros y las personas de las que yo guardaba viejas fotos en sepia, fotos sin marcos rococós en las que yo no formaba ningún contraste con ellos, no al menos, el contraste que se apreciaba en el despacho de “la señora”, como cualquier criada la hubiera llamado toda la vida. ¡Ah!, también me dejó claro que yo de criada, nada:

     — Empleada de hogar es mucho más digno, ¿sabes? —y pareció que me regañaba al decirlo.

A mi me dieron ganas de explicarle que también quería dignidad en el sueldo, tener un horario que me permitiera ver más a mi hija y, sobre todo, que me diera de alta en la Seguridad Social, porque había meses que llegaba a fin de mes muy justita. Nadie salvo yo, quizá mejor que ella misma, veía tan claro la diferencia entre lo que predicaba y lo que practicaba.

Aunque me llamaba por mi nombre, al referirse a mi en presencia de otras personas me nombraba por “la chica”. Jamás se interesó por nada de mi vida, nunca percibió tristeza cuando estuve triste, aunque mi cara reflejara tres millones de angustias, aunque el recibo de la luz sin pagar se me hubiese tatuado translúcidamente en el rostro y detrás de él solo se adivinaran mis ojeras.

Tampoco supo de mis momentos agradables, ni me permitió ni una pizca de confianza para interesarme por su vida personal.

Me dejó claro que debía llevar pespuntes en los labios y los ojos adaptados a no mirar lo impropio, y fui tan cobarde que no rompí el pespunte para defender que el domingo no se trabaja por más que Adri tuviera una cena importante, que si había acabado mi horario no me quedaría un segundo más a arreglar en un momentín el bajo del vestido que se acababa de comprar. Me resigné, me habían enseñado durante demasiado tiempo que como pobre era mi función, y la cumplía.

A veces, tomando café con compañeras de profesión las oía hablar con mucho cariño de las personas para las que trabajaban. Comentaban que después de algunos años habían llegado a cierto afecto mutuo, pero al tocar el tema de los derechos laborales pocas se daban por satisfechas. Como yo, tenían pespuntes en los labios y no los exigían.

     — Esto ha sido así toda la vida, Lola. ¡Qué vamos a hacer! ¡Y se acabó la conversación, so pesada!

Y yo quisiera que no hubiera que decir nada, que todo se arreglara silenciosamente, mas nunca ocurrió así. ¡Ay, si hubieran servido las miradas! Miradas de angustia, miradas de miedo, miradas de mujeres a través de los siglos por cada atrocidad del mundo, miles de miradas arregladoras, miradas bálsamo, miradas de amor espantadoras de violencia, miradas... Miradas que nunca cambian nada. Yo sabía que jamás una mirada cambió el “así de toda la vida”. Jamás los pespuntes en los labios revolucionaron, sí lo hizo el grito unánime, el “así no”, el “nunca más” planteado con firmeza, pero como somos nosotras y nuestras circunstancias, pues... Y yo, como cada cual tenía las mías. Por ellas tardé tanto en hacerle ver a Adriana que si realmente fuera la mujer feminista que presumía ser, no participaría en situaciones de desigualdad.

Pasaron años hasta el momento en que me planteé con firmeza que mi vida debía girar, como se lo plantean miles de humanos por segundo al día, porque mi cuerpo y mi esencia estaban extinguidos en esa etapa, y trabajar para Adriana iba a ser pronto pasado. No presagiaba buenos momentos, pero no aguantaba los pespuntes en los labios produciéndome esa comezón tan agobiante. Así que decidí poner en práctica todas las teorías que Adriana me había enseñado y en las que terminé creyendo firmemente.

Al menos iba a intentar ensayar el vuelo.

Cuando decidí poner fin a este periodo de complejos, humillaciones y traumas, y dar a mi vida el esperado giro, empezando por exigir mis derechos, Adri me despidió, así, sin más. No recibí explicación alguna, tampoco la pedí, aunque con muchísima ironía le fui enumerando todos los puntos importantes para la mujer, que tantas veces me había recitado, teorías justas que yo estaba dispuesta a poner en práctica.

El día que deshilvané los pespuntes que tenían pegada mi boca, estoy segura que descubrió que vivía engañando a los demás y, peor aún, engañándose así misma; y que sus postulados lo reducía a pura palabrería. Sé que ese día comprendió que yo había sabido siempre que su única revolución como mujer había sido tomar, con la misma facilidad que ellos, el relevo de los bigotudos, en todo, y que una misma foto se puede enmarcar con marcos diferentes. Estoy segura que su último pensamiento al decirme adiós fue: “¡Esta tía es una feminazi!”, y que tuvo que sentirse perpleja por el tono peyorativo con el que su mente lo escupía.

Para mí se acabó el “si bueno es rezar, mejor es callar”.

 

Autora: Lucía Rojas Casado.

(Segundo premio del CERTAMEN LITERARIO "8 DE MARZO", DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER 2017, 
organizado por la Asociación de Mujeres Progresistas "Despertar Femenino" de Porcuna).

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Actualizada el lunes, 13 de marzo de 2017