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SENTIRSE VIVA Esta historia es una historia que le puede suceder a cualquier mujer. Tenía 20 años y vivía en el seno de una familia sencilla, sin riquezas pero estábamos como se suele decir bien. Estaba estudiando, iba a clase por las tardes, para, sacarme el titulo de administrativo y poder trabajar en alguna oficina… por las mañanas trabajaba en un supermercado, para sacarme un dinero y pagarme el coche que me había comprado y así para mis padres no sería tantos gastos, ¡ya se gastaban bastante en mantenerme y pagar mis estudios! Como el trabajo lo cogía un poco lejos por eso me compré el coche. Aquella mañana cuando me levanté, para irme a trabajar, la madrugada era gris y extraña, o así lo sentí yo, había una niebla espesa pero me vestí, cogí la mochila y las llaves del coche y me fui. Todo iba bien, puse la radio e iba escuchando música para no dormirme. Pero de pronto una curva, no se veía nada y perdí el control del coche, fue cuestión de minutos o segundos, ya no recuerdo, sólo sé que cuando desperté estaba en el hospital, rodeada de cables, de médicos y, sobre todo, de mis padres; no entendía nada, oía susurros y todos me miraban... y de repente lo recordé todo. Al reaccionar quise mover mis piernas y fue cuando mi mundo, mis ilusiones, mis metas se me derrumbaron, al ver que no sentía ni podía mover las piernas. No grité, ni pregunté, a los médicos simplemente miré a mi madre y al ver el dolor en su rostro lo comprendí todo. Ya no sería la misma, mis piernas se quedaron paralizadas, sin solución. En el futuro no podría caminar de nuevo, de cintura para abajo no tenía vida. Fueron días, meses muy duros para poder adaptarme a mi nueva vida, pero poco a poco y con la ayuda de mi familia seguí adelante. Ya no era tan risueña, pero seguía viviendo. Trascurrió bastante tiempo incluso años, y estaba ya recuperada de mis heridas físicas, porque de las interiores aún me tenía la vida preparadas muchas decepciones. Me levanté diciéndome a mi misma que así no podía seguir, que tenía que seguir viviendo y luchando, y lo intenté; les comenté a mis padres que iba a buscar trabajo porque a mi vida le tenía que dar un sentido. Y compraríamos una casa más cómoda para poder moverme con la silla de ruedas... Al principio se negaron porque decían que no tenía necesidad de trabajar que ellos me darían lo que necesitara, pero cuando les expliqué mis argumentos, me dijeron que yo era la que tenía que dicidir mi vida. Y empezó mi lucha, no sabía lo que me esperaba y las discriminaciones a las que me sometería la vida. Comencé a mirar los anuncios de periódico, pero casi todos los anuncios eran para gente que podían mover sus piernas vamos para gente “normal”, y yo no lo era. Un día vi un anuncio de un señor que buscaba a alguna persona joven para llevarle la contabilidad de su empresa, no lo dudé ni un momento y llamé al teléfono que venía en el anuncio. Cuando me cogieron el teléfono el corazón no paraba de palpitarme de los nervios que tenía. Contestó una voz recia y un poco seca pero no le di importancia, le dije que llamaba por lo del anuncio de trabajo, después de hablar un rato, quedamos para al día siguiente presentarme y decidir, si me lo daba o no. Aquella noche no dormí mucho, estaba deseando que amaneciera, para presentarme en las oficinas para ver si me daban el trabajo, hacia mucho tiempo que no me sentía tan ilusionada... Cuando llegué a la empresa, para hablar con el dueño, había que subir dos plantas, pero no me importó porque había ascensor y ya me manejaba bastante bien con la silla de ruedas. Cuando llamé a la puerta la mano me tembló, pero llamé firme y fuerte. Un joven salió y me preguntó qué quería, le dije que venía por lo del trabajo, que era la que había llamado por teléfono y había quedado para ese día firmar el contrato. Me dijo que él no era el dueño, pero que pasara y esperara que iba a avisarle. Al momento salió un hombre alto y recio, que al verme le cambio el rostro, sobre todo cuando sus ojos se dirigieron hacia la silla de ruedas. Me dijo rotundamente y sin pensarlo que ya no me necesitaba porque había llegado otra persona antes y se lo había dado. Pero yo sabía que no era por eso. No dije nada, di media vuelta a mi silla de ruedas y salí pero sin antes oír como le decía a su ayudante “que se habrá creído esta, no nos hacía falta nada más que además de mujer, inválida...” El corazón me dio un vuelco del dolor que sentí. Sentí maltrato, desprecio y muy poco valor a una persona que aunque tenía sus piernas inmóviles su cuerpo estaba vivo, y su mente sus manos vivas y útiles. Me fui a casa rota de dolor llena de impotencia, no porque no me dieran el trabajo y yo no pudiera caminar, si no porque pensé en lo materialistas y egoístas que somos los humanos y el daño que llegamos hacer a los demás. Pero este fracaso en vez de hundirme me dio fuerzas para seguir luchando, me dije a mi misma que tenía que ser fuerte y demostrarle al mundo que una persona que tiene una minusvalía puede ser tan útil como la que no la tiene. Después de mucho pensar y darle vueltas a mi cabeza decidí estudiar la carrera de derecho para ayudar a la gente, especialmente a la gente con minusvalía. Y así lo hice, con muchos problemas y dificultades conseguí ser abogada. La vida te da muchas sorpresas y a toda persona, la vida la pone en su sitio, aunque pase el tiempo. Hace unos meses, me llamó un señor por teléfono solicitando mis servicios como abogada. Era una voz seca y ronca que al oírla sentí algo extraño dentro de mí. Me dijo que le habían hablado muy bien de mí y le aconsejaron que me contratara como abogada para solucionarle un problema que tenía su hija a la que no querían reconocerle una minusvalía que tenía a consecuencia de un accidente. Quedé con él para vernos en mi despacho al día siguiente. Cuando llegó a mi despacho y entró fue como retroceder veinte años atrás, lo reconocí enseguida, era el hombre que me negó él trabajo y me despreció por ir en una silla de ruedas, él no me reconoció, yo estaba detrás de la mesa de mi despacho. Empezó a hablar despacio y a contarme su problema y que era muy importante para él que lo defendiera. Yo lo escuchaba, pero no hablé hasta que él no terminó de contarme todo y me pidió por favor que le ayudara... Entonces le dije, ¿de verdad quiere que yo le ayude, no le importa que sea una mujer, y una inválida? Y salí fuera de la mesa para que viera mi silla de ruedas, le seguí hablando pero él no entendía nada, le recordé que hacía veinte años él me despreció por ser mujer e inválida. Su cara cambio igual que aquel día pero hoy, se echó a llorar pidiéndome perdón y me dijo que comprendería si yo lo rechazaba. Yo solo le dije que sí, que le ayudaría porque no quería pagarle con la misma moneda y todos nos equivocamos en la vida. Y aunque no me dio el trabajo si me hizo un gran favor, porque me hizo ser más fuerte y luchar por mis derechos, los que me correspondían como a cualquier ser humano... Por eso me he decidido a contar esta historia, porque en la vida no importa que algo de ti no pueda tener movilidad, porque aunque en la vida te discriminen, lo más importante es sentirte viva y amanecer cada día como dice el anuncio: “Levántate todos los días con ganas de comerte el mundo”. Con sentirte a ti misma, que te sientes viva por dentro y por fuera y tienes los mismos sueños que la que puede caminar sin silla de ruedas. LIBERTAD Autora: Manoli Salas Toribio Tercer premio en el XVI Certamen Literario "8 de marzo". Porcuna, 2009 |
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